domingo, 2 de noviembre de 2014

Un tren a ninguna parte


Hoy no voy a hablar de cifras macro, de la Depresión en mayúsculas, ni de siquiera lo que en la Historia hay de paralelismos con esta época que nos toca vivir. Hoy hablaré de realidades. De hechos en primera persona.

En febrero de este año nos comunicaron un Despido Colectivo en la empresa. Un despido cuyos detalles se darían ese mismo mes y en el que yo estaba incluido. No es una situación especial, muchos otros antes que yo, en estos años de manera mucho más brutal, se han enfrentado a esta situación. Pero es el león realmente fiero cuando se pone delante de ti, no cuando te lo describen. Hace un par de años eran solo conocidos o algunos familiares afectados. Era como una plaga que se acercaba pero que tenías la confianza de evitar. Hablabas con un taxista, técnico de la construcción reciclado o con una camarera que había trabajado en una inmobiliaria. Después pasó el tiempo y ya eran las tiendas de al lado o veías como se echaba al cierre a los locales de los centros comerciales que solías visitar. Más tarde un amigo o alguien de Twitter , que se hace eco de una noticia de algún compañero en la misma situación, familiares o personas cercanas. No solo trabajadores. También pequeños empresarios que habían tenido que dejar quebrar su empresa porque no les pagaban. Hombres que, dentro del sueño de la clase media, lo habían tenido todo: varias personas a su cargo, buenos coches, una familia, una gran casa y vacaciones bien planificadas... y de repente lo perdían todo.

El paro o el subempleo, dentro del drama general del reparto justo de la riqueza, junto al cáncer serán las grandes lacras de este siglo y no solo para el Tercer Mundo o países emergentes sino para el llamado, con orgullo y prepotencia civilizada, el Primer Mundo.

Hay dirigentes que hablan de esto como si todo quedara solucionado dando argumentos vacíos, basados en causas coyunturales y exponiendo, en sus maravillosas presentaciones, gráficas con un valle más pronunciado en un largo ciclo de subidas y bajadas menos intensas.
Como un descarrilamiento nacional a máxima velocidad que, produciendo el vuelco en los vagones de aquellos que no van en primera clase, pudiera subsanarse con varias interjecciones con las palabras PIB, inflación y tipos de interés. Conjurando un poder que esos conceptos no tienen.
Lo más grave de este descarrilamiento es que la locomotora sigue su curso, llevando aún más rápido a los vagones de cabeza y dejando heridos y muertos sin atender, en muchos casos echándoles la culpa de un accidente en un viaje cuyo destino todos desconocemos.

En este viaje solo teníamos una promesa de los que dirigían la locomotora: el sueño de moverse de vagón en vagón hasta hacernos un hueco en primera clase. Sin embargo al final no hubo asientos para todos. Cada vez era más fácil que te prohibieran la entrada en un club que, en los últimos 30 años de viaje, solo había crecido en ventajas y exclusividad pero no en miembros.

¿Puede esa locomotora seguir haciendo círculos hasta desplomarse por completo , pisando a todo aquel cuyo vagón descarrila sin que a sus viajeros, muchos responsables, austeros, con sentido de la justicia y de pensamiento global y ético, se les haya brindado la oportunidad de ser dignos de dirigirla? ¿No sería el momento de buscar nuevas vías, sacar del círculo y dar un destino a la locomotora?

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