Vocación, eje y sol del que nace la docencia
comprometida. Nadie puede ser un buen profesor si no tiene una innata
predisposición al asombro de aprender y atesorar lo aprendido para dárselo en
legado a otros. Ese disfrutar en el rostro de los demás lo sabido enseñándolo. Esa
paciencia proverbial con la desesperanza, la rebeldía, la tozudez o la
testarudez. De nada sirven el resto de características si no refulgen en el
alma del maestro la pasión y el asombro ante el saber, pilares de la vocación
de enseñar y que te impulsan a dar todo el conocimiento a otros para que no se
pierda en el olvido.
Técnica,
esa caja negra solo pueril para aquellos que la construyen, que guarda el saber
y la información en su interior y solo descifrable con una inversión de tiempo
y esfuerzo que puede llevar una vida. Cualquier docente que desee la excelencia
debe conocer la técnica que enseña. En nuestro caso debe tener curiosidad y conocimiento
del pensamiento económico y/o experiencia en la empresa, construyéndola.
Requisitos indispensables para dar píldoras de saber que alejen la ignorancia
del alumno y eviten que pierda la esperanza en la disciplina.
Expresividad, el don de comunicar, de llamar la
atención, de idear formas de hacer llegar el rio azul claro y puro del saber a los
lugares donde se encuentran las mentes de los alumnos. La continua adaptación a
formas de comunicación que a la vez insuflen capacidad de expresión lingüística
tradicional donde solo las formas visuales y estéticas tienen hueco en las
mentes modernas. De nada sirve la técnica si somos incapaces de explicarla con
interés y claridad.
Pensamiento Crítico, ese sentido común que es el menos común
de los sentidos, parafraseando a Horace Greeley. La capacidad de enfrentarse
con objetividad a los datos, los hechos y las teorías limitando su alcance,
diluyendo el propio ego, observando todos los lados del poliedro, siendo capaz
de dar transversalidad y aunar varias ramas del saber. Esa habilidad para
polemizar o ironizar sin soliviantar al interlocutor o conseguir el aprendizaje
a base de preguntas asombrosas e incluso incómodas. Ese rojo fuego que indica
la declaración de guerra a la ignorancia.
Empatía, el don de la ubicuidad del alma. ¿Como podemos
entender la mente del que aprende y diseñar los mecanismos para su aprendizaje,
si no somos capaces de ponernos en su piel? ¿Cómo eliminar la desesperanza y
plantar los motivos para aprender, que son el abono donde crece próspero el
saber, sin reír, llorar y amar con el que aprende?