sábado, 31 de marzo de 2018

El Buen Profesor

Vocación, eje y sol del que nace la docencia comprometida. Nadie puede ser un buen profesor si no tiene una innata predisposición al asombro de aprender y atesorar lo aprendido para dárselo en legado a otros. Ese disfrutar en el rostro de los demás lo sabido enseñándolo. Esa paciencia proverbial con la desesperanza, la rebeldía, la tozudez o la testarudez. De nada sirven el resto de características si no refulgen en el alma del maestro la pasión y el asombro ante el saber, pilares de la vocación de enseñar y que te impulsan a dar todo el conocimiento a otros para que no se pierda en el olvido.

Técnica, esa caja negra solo pueril para aquellos que la construyen, que guarda el saber y la información en su interior y solo descifrable con una inversión de tiempo y esfuerzo que puede llevar una vida. Cualquier docente que desee la excelencia debe conocer la técnica que enseña. En nuestro caso debe tener curiosidad y conocimiento del pensamiento económico y/o experiencia en la empresa, construyéndola. Requisitos indispensables para dar píldoras de saber que alejen la ignorancia del alumno y eviten que pierda la esperanza en la disciplina.

Expresividad, el don de comunicar, de llamar la atención, de idear formas de hacer llegar el rio azul claro y puro del saber a los lugares donde se encuentran las mentes de los alumnos. La continua adaptación a formas de comunicación que a la vez insuflen capacidad de expresión lingüística tradicional donde solo las formas visuales y estéticas tienen hueco en las mentes modernas. De nada sirve la técnica si somos incapaces de explicarla con interés y claridad. 

Pensamiento Crítico, ese sentido común que es el menos común de los sentidos, parafraseando a Horace Greeley. La capacidad de enfrentarse con objetividad a los datos, los hechos y las teorías limitando su alcance, diluyendo el propio ego, observando todos los lados del poliedro, siendo capaz de dar transversalidad y aunar varias ramas del saber. Esa habilidad para polemizar o ironizar sin soliviantar al interlocutor o conseguir el aprendizaje a base de preguntas asombrosas e incluso incómodas. Ese rojo fuego que indica la declaración de guerra a la ignorancia.

Empatía, el don de la ubicuidad del alma. ¿Como podemos entender la mente del que aprende y diseñar los mecanismos para su aprendizaje, si no somos capaces de ponernos en su piel? ¿Cómo eliminar la desesperanza y plantar los motivos para aprender, que son el abono donde crece próspero el saber, sin reír, llorar y amar con el que aprende?