- Apenas nos queda tiempo
para evitarlo – susurró para sí.
Sudaba profusamente a
través de su coraza , con el ardor del líquido salino cayéndole por su barbilla
, las sienes y surcándole los cabellos. Parcialmente oxidada confiaba en ella como si fuera su mejor
amigo. Acarició su escudo , el de Castilla , grabado toscamente en el peto. Los
músculos tensos tras ella le pedían un descanso que su mente confusa ahora
negaba...por el momento. La respiración profunda y sus pulmones que parecían
estallar le hicieron momentáneamente caer hacia delante quedando su espalda
arqueada y contrahecha por el peso llevado desde la infancia, como un pequeño y
recortado promontorio.
El polvo de la meseta le entró como humo ardiente en el
pecho. Tosió profusamente mientras dos flechas pasaron silbando a su alrededor.
Siempre había sido el alma de la tropa de Ávila. El moro les atacaba allá donde
le parecía bien pero esta vez era diferente. No era un “razzia” al uso. Esa
situación era la misma de siempre desde hace años pero estos hombres del sur
eran diferentes a los de otras veces . Su ardor era salvaje, incansable.
Lanzaban proclamas para el desconocidas en un dialecto árabe que no acababa de
entender. Una cosa sabía. La fuerza que surgía de sus corazones era desconocida
para los castellanos que le seguían , incluso para él.
Un temblor se apoderó de
su cuerpo durante unos instantes. No daba crédito a lo que veía. Los moros
surgían a cientos de metros de nuevo , por debajo del pequeño altiplano , no
lejano ya de ellos. Sus cascos
puntiagudos brillaban al sol y sus
ropajes al viento ondeaban . Él y sus hombres habían tomado una posición equivocada y ahora se
daba cuenta de que era algo más que un ataque de saqueo. La caballería se había
echado encima y les había hecho retirarse a costa de la fuerza y la sangre de
muchos de los suyos.
De nuevo recuperó el aliento y agitó su alabarda hacia
atrás . Ya no había tiempo de refugiarse en
Caracuel, a poca distancia de ellos . Un flecha emplumada le golpeó en el borde de su escudo y fue a
clavarse cercana a su hombro atravesándole la carne de lado a lado. Un latigazo
le comunicó el daño. Un golpe en el casco le sacó del desaliento.
- ¡Sancho, por Cristo
sácanos de aquí! ¡Los hombres huyen como conejos asustados!.
Su hermano Gómez le cogió
de la cintura antes de la caída. Entre el aturdimiento causado por el dolor recordó las muchas veces
que el había cogido a su hermano en la niñez para levantarle para alcanzar
aquel nido del que sacaban los huevos que comían cuando su padre no podía
darles nada. Habían pasado tantos años. Le vino a la mente la última vez que
había rezado mientras ya muy cerca de
ellos escuchaba los gritos estentóreos de loas a Alá de los norteafricanos. Su
hermano le arrastró unos metros, hasta que puso de nuevo pié en tierra mientras
intentaba echarse mano a la cadena que llevaba en su cuello.
- ¡Atrás¡ ¡Dejad el
ganado y los prisioneros¡ ¡Vayamos detrás de ese desfiladero!
Sus gritos desgarrados ,
lacerados aún por el dolor, animaron a su hermano que espetaba a los que a su
alrededor se encontraban . El ganado capturado en sus salidas se desperdigó
junto con los prisioneros que gritaban a sus salvadores . La caballería enemiga
perdió su ímpetu dando un respiro a las gentes de Sancho.
- Sólo quedan unos cientos
de varas- se susurruba así mismo.
Debían avisar en Calatrava, Alarcón y el
propio Toledo de lo que se avecinaba.
La sangre manaba
profusamente de la herida. Miró con cierto desdén la incisión y todas las
cicatrices que le horadaban parcialmente la piel.
- ¡Por Santiago y el
mismísimo Señor que no caeremos aquí!
¡Mesnada a mí ¡
El alférez de la tropa
agitó el pendón cerca de los dos señores
y comenzaron a agruparse las huestes mientras Sancho corría
precipitadamente entre ellos parando a los huidizos y los más amedrentados por
el ímpetu musulmán.
La carnicería había sido
grande. Aquellos que iban llegando tenían la cara pálida . Otros vomitaban del
esfuerzo de la huida . Algunos acuchillaban a sus propios compañeros y mandos
para poder huir. Sin embargo siempre podía contar con sus fieles . Los que
nunca le habrían abandonado después de más de 20 años de correrías contra el
Infiel.
Ahí estaba Alonso, con su sólo
ojo, como cíclope de leyendas , y el vacío en su otro lado, terror de extraños y enemigos por igual. Siempre con
esa sonrisa que parecía burla del peligro, de la cimitarra, la flecha y ,porqué
no también, de algún que otro vil acero cristiano. O Santiago , que con su sola
fuerza parecía conjurar al santo de su nombre para protegerle de todo mal
cuando agitaba su espada de doble puño. Repoblador éste del divino Rey Alfonso,
no sólo por orden , sino por vicio y obra de
su lujuria. Más de 100 como ellos podía juntar y en otros casos no le
hubiera quebrado ni un ápice el ánimo.
Pero esta vez era
diferente. No sabía a donde se
dirigía.
El joven de antaño, con la ardiente convicción de servir a la Fe, y la
fuerza del que cree portar la Verdad consigo, salió de Ávila un día, con las
risas de sus pecheros convecinos, señalando
su joroba a los gritos de ¡!!giboso,giboso¡¡¡ y con un puñado de amigos,
rufianes y algún que otro pueril cruzado. La mayoría le seguían por gloria,
fortuna o desprecio de la vida, pero él lo hacía por la razón superior de la Fe
y el afán desmedido de engrandecer su nombre.
Así los sorprendió aquella tarde del año de Nuestro Señor de 1.140 ,
cuando saliendo de Ávila y ya camino de Toledo avistó una partida del reino
moro en frontera que venía de saquear una villa vecina. Una vez cerca de ellos
divisó la columna de prisioneros, hombres escuálidos y mujeres harapientas,
algunas de ellas traspasadas de humillación y la furia se apoderó de él. Esa
furia que sus hombres apodaron la Cólera de Dios, porque cayendo como una
tromba en un bramido que rezumaba
muerte, infundió el terror a los enemigos y la hombría a los amigos
.Contagiando tamaño desprecio a la
vida, le vieron provisto de la voluntad
que sólo a algunos el divino Cristo daba para el castigo de los fariseos
.
Clavó mortalmente su alabarda
en un hombre y ya nada fue igual . Notó esa sensación de poder sobre la vida,
incomprensión ante la muerte ,angustia de lo
inevitable y absurdo que lleva el
camino de la Fe.
A partir de ahí, y al
morir sus enemigos, esa angustia disminuía, como lo hacía a la vez esa Fe que siempre
le había protegido. Sus hombres, que le adoraban, pensaban en su giba como
estigma divino por el cual su espalda cargaba con el peso de las vidas de
todos los castellanos, Hijos de Dios. Su defecto se aparejó como signo de gloria, así como el Calvario glorificó al
mismísimo Jesucristo.
Sus gestas fueron
adquiriendo renombre. Fue nombrado alguacil y Protector de Ávila con poder de
armar su milicia y castigar al Infiel. Pero tras tal título se escondían muchas
veces las prebendas, los engaños , los intereses de los poderosos y la ambición
sobre lo ajeno, que empobrecía todo aquello por lo que había merecido luchar y
morir.
- ¡Dios nos ha abandonado¡¡Nos
ha abandonado!
- ¡Dios mío¡ ¿dónde
estás?
Un joven aterrorizado
gritaba sin parar, corriendo entre las fuerzas de la milicia que intentaba
reorganizarse . A pocos metros, la estampida de polvo y aire causada por la
caballería parecía engullirlo todo entrando en el estrecho paso de altura. Un
golpe seco con el asta de la alabarda
calló repentinamente al desdichado joven
que dio en el polvoriento camino con sus huesos y la mandíbula rota.
- ¡Lanzas al frente! –
gritó denodadamente Sancho
Una fila de lanzas
confundidas entre peones y gentes de muy diversa armada hizo frente en poco
tiempo a la caballería, que tuvo que parar y abrirse paso entre semejante
bosque y en un estrecho margen de terreno.
La algarabía árabe iba en
aumento pero las estocadas repetidas de los
castellanos valientes que aún resistían les hicieron retroceder entre
hilos de brillante rojo , carnes traspasadas, quejidos y sudor goteante.
Un joven jinete almohade
cayó en tierra cerca de Sancho con su
caballo ensartado por la pica de uno de los guerreros cristianos. Era de cabellos morenos. Su piel cobriza y sus ojos
negros brillaban con fuego a través del polvo mientras gritaba casi sin aire
la grandeza de Alá. Estaba poseído de un aura que lo hacía parecer atemporal , eterno,
ignorante y sabio a la vez. Por un momento Sancho tembló ante la idea de que
Dios pudiera estar de su lado. Con un salto el bereber a golpe de cimitarra
reventó la cabeza de su hermano que se giraba para acuchillarle.
- Parece que lleva las
alas de un ángel- pensó el alguacil
Un raudo giro de
cabeza puso al cruzado castellano en sus
llamas vítreas.
La mirada de aquel hombre
de dientes blancos y rotos y nariz aguileña perforó las entrañas de su alma
como si fuera el mismísimo Jesucristo el que viniera a castigarle.
Notó que el había perdido
esa furia de antaño y por un instante pensó que Dios los había abandonado.
Con un ágil movimiento el
siervo de Alá se dirigió corriendo hacia
él a sabiendas de la importancia del enemigo y de su caída. Su mano derecha
colgaba muerta con un corte longitudinal que la dividía en dos mientras su sangre bañaba la tierra. Una
flecha en el pecho le hizo perder velocidad a la vez que su gesto se tornaba en
dolor . A tres pasos cayó e intentó arrastrarse hasta Sancho. Éste se adelantó
hacia a él y se inclinó en medio de la vorágine, hacia su rostro. Una mirada ya
perdida y unas palabras susurrantes fue lo último que pudo oír de aquel ángel
exterminador. Le tapó los ojos y lo bendijo mientras notó humedad en su costado
izquierdo. La cimitarra colgaba de su costado en una incisión que si bien no
era grave le hizo encogerse de dolor.
Sin duda ya estará en el
paraíso-pensó para sí.
Como sí aquella visión lo
hubiera iluminado, recuperó el color de la cara, se apretó las cintas de la
armadura y se unió a golpe de alabarda con los que allí restaban en la lucha
mientras volvía a tocar su amado escudo y se echaba un último agarrón a la
cadena de su cuello.
De la crónica
mozárabe (Traducción de Don Claudio Sánchez Albornoz);
En el mes bendito del Xaban año de 1173, salió de la ciudad de Ávila el
condenado conde viejo, llamado XANMANIS, (Ximenez Albarda, o Sancho Jimenez)
conocido entre los habitantes de la frontera y los musulmanes por el
sobrenombre de El GIBOSO, jefe entonces de la milicia concejil de los
cristianos de Ávila y encargado de la dirección de la guerra....
Salió pues en dirección de Sevilla y contra las comarcas que
el visitara en su tiempo durante la rebelión, llego con sus mesnadas hasta el
Guadalquivir, lo atravesó por el vado que se encuentra entre el castillo de
Balma y el de Al-charf.... hizo incursiones por el territorio de Ecija, se
dirigió a Córdoba ..... se apodero de rebaños y de ovejas en numero de 50.000 y
200 de vacuno, hizo prisioneros a mas de 200 musulmanes, cruzó el vado
nuevamente y se dirigió a la ciudad de donde había partido, pero antes de
llegar a ella, fue muerto en una RAZZIA perdiendo toda la presura obtenida y
muchos y buenos valientes hombres de la ciudad que le acompañaban, ocurriendo
esto en Caracuel, cerca de Calatrava.