sábado, 12 de septiembre de 2020

LOS MUROS DE LA VIRTUD

Un hombre debe pensar profundo, susurrarse la verdad al oído y cavar  con ella muy hondo en su alma para entenderse.Todo lo grande, hermoso, ridículo o terrible que se puede hacer  nace primero en uno mismo.

Horadar la tierra hasta los abismos permite alcanzar riquezas incalculables. Pero antes se requiere despertar los demonios de las profundidades que habitan en ella , esas fuerzas telúricas con asfixiante podedumbre que rodean el oro negro que es la Virtud.

La naturaleza y la vida del hombre tienen sus mismos reflejos como intuía Gracián. Siempre lo grande engloba a lo pequeño. 

La primavera de la niñez se destapa con un espíritu puro sin circunstancias, un ir y venir de acción sin expectativa ni pasado ,solo presente, que a los adultos asombra y desespera por igual.  Nace un ego incipiente ,tan  pequeño , comparado con los que le rodean,  que entra en una inflación peligrosa hasta llegar a la adolescencia. Pero es en esta época donde el "daimon", que nos da aliento y movimiento, da sus flores: los talentos y las virtudes. Quedan estos decorados y las virtudes protegidas en forma de ideales majestuosos y sueños de juventud. Es cuando se construyen los muros que  defienden los frutos del alma, que robustecen los valores siempre ajenos a la riqueza material. 

Decían los sabinos por boca de Plutarco que ellos no tenían muros en sus ciudades porque su principal fortaleza estaba en el valor de sus pechos. No construir esas fortalezas interiores supone vivir sin rumbo. Ser vulgar y mediocre incluso en el éxito. Perder la Estrella Polar o la antorcha que  alumbra a los hombres en la oscuridad.


La edad adulta lleva al verano caluroso, nacarado  y de olor afrodisíaco de los frutales. Convierte al niño en un león: un animal que busca la majestuosidad, el derroche de fuerzas, la violencia del hecho consumado y  la pasión como herramienta de vida. Hasta el pensamiento se sume en un remolino de impetuoso de emociones que arrastran todo  a su paso y donde la acción tiene mayor peso que la reflexión. Toda esa fuerza que impulsa a conocer , a experimentar ,decae conforme pasa la estación y llega el otoño.

En el otoño los cielos se vuelven claros, los árboles, como los hombres maduros, pierden flexibilidad para adaptarse, pero ganan autoridad para mantener lo conseguido. Los hombres van perdiendo el cabello o como hoja perenne palidece hasta la blancura con la pérdida del calor y la llegada progresiva del frío. Ya el león, el "yo quiero" de Nietzsche solo aparece en pocas ocasiones .Queda el camello , el "yo debo" , el padre , la madre , el responsable de la tarea, el constructor del futuro que debe planificar,  tutelar y  aprender con humildad de lo tutelado. En esta etapa quien no tiene esta filosofía es un alfeñique , un enano dentro del cuerpo de un hombre ,o un monstruo de la naturaleza, esto  en su sentido sublime o pésimo de la palabra.

Es en este período, donde los muros de esa virtud que sostienen el alma clara , esos pilares que elevan los valores, que los defienden, , mas riesgo tienen de haberse perdido. Por la verdad descarnada de la realidad humana que decae y se corrompe con el tiempo. Por la erosión de la comodidad, el vicio y la pereza que arrulla hasta el sueño la voluntad creadora. Por la herrumbre argéntea de la plata, ese dinero y su ambición, que  prende fuego todas las morales y todos los valores. Por los desengaños no de las ideas, sino de las personas que las acaudillan, que  golpean en las bases de sus pilares hasta agrietarlos sin remedio . Así  como las mas sublimes filos se hacen probando su acero con martillo y  fuego, la Virtud se pone a prueba con la chispa que sale de la forja de manipulaciones egoístas de los hombres en el teatro del mundo. Ese chisporroteo , ese crepitar que ciega y quema  los ojos  interiores del alma por propia o ajena actuación. 

No hay bálsamo mas grande , cemento para los muros que se derrumban , para ese espíritu, aprisionado a veces y elevado otras por su cuerpo,  que va quedando privado de su hálito, que  hablar con los más sabios de los muertos. Leer los libros de aquellos hombres imperecederos que vivieron vidas como nosotros  y que, sin salir indemnes , supieron aprender a rescatar su alma , como un ave fénix, de entre sus cenizas.

Como no reconstruir lo deteriorado y caído con los presocráticos, aquellos que sabían que un hombre nunca cruza dos veces por el mismo río como  Heráclito; con  el hermético Platón ,cuyos hombres solo veían el reflejo mas oscuro del mundo en su caverna; con  Aristóteles ,Séneca o Marco Aurelio y sus virtudes como centro, sin extremos, de fortaleza, prudencia , templanza y entereza ante la muerte. Con Plutarco o Jenofonte y sus vidas  donde la historia nace del carácter , las pasiones y el valor sólo de unos pocos  hombres míticos con proverbiales defectos. Como no disfrutar de Baltasar Gracián, cartógrafo del espíritu humano y de la lengua castellana. De Calderón, adalid del la vida como sueño y  del honor como divisa. De Cervantes maestro de maestros , supremo astro de la literatura . De Schopenhauer y su mundo como voluntad y representación  o  de Nietszche con su humanidad demasiado humana más allá del bien y del mal .

Como no hallar consuelo de hombres en la palabra de Dios , el Libro de los Libros , la Biblia, cuando los barcos derrotados del espíritu por las faltas contra uno mismo ,la ira , el odio o el desamor los hace naufragar.

Entre estas muchas  perlas y tesoros, tal vez no podamos reconstruir como antaño  las altas torres de los sueños adolescentes o las grandes avenidas al futuro. Pero si mantener los muros que protegen la Virtud, salvar la  Luz en la oscuridad del mundo en que aún  brilla el Sol ayudando a construir en los jóvenes esos muros primeros que fortalezcan su alma, manteniendo el cultivo de la gloria de las virtudes y el talento interior que nos acerque a la eternidad.

Todo para que alguien saliendo a plena luz del día con una antorcha , como Diógenes, pueda decir que ve hombres y  no sólo sus sombras .