¿Se puede admirar el Sol sin ser deslumbrado? ¿puede el
hombre trabajar el futuro sin abandonar su presente? ¿Es la melancolía el
elixir de los sabios y los eruditos que hace despreciar el presente y olvidar
el futuro?
Muchas preguntas para un alma grande en un cuerpo pequeño.
No se puede ser un alfeñique en la acción y desear ser un gigante del pensamiento.
Lo desequilibrado siempre tiene algo de caricaturesco y monstruoso. No deja de
ser una deformidad que deja ver la debilidad de los hombres y su vocación de payasos:
esa profesión inmortal, la de cómico, que querida por el que la práctica es felicidad de muchos, pero que ,no querida, tragedia y hazmerreir de todos.
Escribir es siempre el refugio del cobarde. El valiente trabaja
con sus manos y sus pies lo que el cobarde con su pluma. El que escribe no deja
de ser alguien que deja para los demás la obra que pudo comenzar, empezar y
terminar.
Solo el hombre que ha hecho algo tiene derecho a registrar
lo realizado. O dicho de otra forma, tiene el derecho a registrar como fracasó brillantemente
en sus intentos de hacerlo. El anciano por ello siempre tiene mas prestigio que
el joven escritor a la hora de lo que a escribir obras realmente clarificadoras
sobre la existencia se refiere. El joven filósofo y escritor habla de lo que no ha hecho,
hicieron otros o de aquello de lo que cree él que “es” y “sucedió”. El anciano
suele hablar de aquello que sabe, intuye después de muchos años de vida o incluso da contenido mistérico o mítico a aquello de lo
que nunca ha logrado saber.
Es cierto que la imaginación de los jóvenes suele ser siempre
más prolífica que la de los ancianos, pero claro: eso diferencia normalmente
las obras entre aquellas que enseñan y aquellas que distraen o confunden.
Muy pocos ancianos cogen la pluma porque son pocos los que
creen que haya algo que merezca la pena contar. Es mejor siempre sufrir los
fracasos (y los éxitos que te avergüenzan) en silencio y si es posible con
aquellos seres queridos que dejas para luchar tus batallas.
Ese terrible “fatum” de la vida te hace siempre pensar lo difícil
que es construir algo que sea realmente tuyo o en lo que hayas participado que
sea realmente grande, y no mandato de otros o demasiado vulgar, por lo que me
merezca la pena coger una pluma en la madurez de tus días.
Tal vez el “no hacer” haya inspirado más tragedias escritas
que “el hacer”. Y es más fácil llorar el tiempo perdido con manchas de tinta y
lágrimas en el papel que dejar testimonio de una tarea realizada con tus manos
y las de otros, que merezca la pena contar.
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