martes, 15 de agosto de 2023

REALIDAD Y APARIENCIAS: VERDAD Y SER FRENTE A FENÓMENO. EL ALMA FRENTE LO MATERIAL

Una de las maravillas que supone deleitarse con pequeños textos filosóficos especialmente los de los antiguos griegos y romanos es la sencillez rayana con lo obvio de algunos de sus razonamientos, la aplastante lógica sin aristas de sus pensamientos y la forma de llegar al contenido del lenguaje, una esfera que permite saborear la esencia real de los conceptos que trabajan nuestras mentes y sobre los que se construye nuestra realidad. Y digo nuestra porque para los griegos y especialmente los estoicos como Epicteto, esclavo que fue filosofo o mejor dicho filósofo que fue esclavo, todo lo que vemos o sentimos y por lo que estamos influenciados es apariencia o lo que posteriormente se llamó en filosofía fenomenología: la diferencia entre la forma o fenómeno y el Ser o Realidad, diferenciar sus efectos o consecuencias del ser en sí.

Dicho de una manera mucho más sencilla. Para los estoicos todo a nuestro alrededor es apariencia y solo hay una certeza: nuestra alma o daimon que forma parte de los dioses y que permite el uso de la Razón y por tanto entender la necesidad del Ser para existir.

Por esta única certeza se demuestra que todo lo percibido por nosotros a través de nuestro de cuerpo, incluyendo el cuerpo mismo es fenomenológico, es decir apariencia, y por tanto no está en nuestro poder. Nada de lo que vemos o sentimos realmente es permanente para nosotros: la salud, los bienes, el dinero, las propiedades…

Por ese motivo ni su consecución ni su pérdida en razón de esta lógica debe perturbarnos. Nuestra principal preocupación debe ser mantener nuestra naturaleza divina conectada a su cordón umbilical y esto sólo se consigue a través de trabajar en pos de la virtud.

Es curioso que para los griegos las virtudes y los vicios, la existencia del alma, el velo de Maya o mundo material o de las apariencias ya estaban clasificadas desde los egipcios y como bien sabía Schopenhauer posteriormente febril estudioso de oriente desde el Brahmanismo y el Hinduísmo.

Eso no exime del cuidado del cuerpo si no que el propio equilibrio la armonía ante las más terribles apariencias o pruebas que se sucedan en la vida pueden dar lugar a una calma o templanza como virtud que permita no precipitar la salud o destruir tu cuerpo inútilmente si no en aquello en lo que tu alma como conexión con el ser divino marque para ti.

Para Epicteto todo percance por terrible que sea es una prueba de la divinidad para hacerte llegar a la comprensión de que todo es apariencia excepto tu voluntad regida por la razón que sólo mantener la calma ante cualquier suceso por terrible que sea te acercará a Dios y te unirá finalmente en comunión con él. Esta idea muy similar al budismo y que tomaron los grandes pensadores cristianos y católicos reposa en todos los grandes clásicos de la filosofía griega incluyendo a muchos presocráticos como Pitágoras , Arquímedes o Diógenes pero sobre todo por herencia cristiana a Sócrates, Platón ,Séneca o el mismo Epícteto.

Es importante que para los primeros filósofos el Bien y el Mal, la Ética no es algo relativo.

Helánico parafraseado por Epícteto en su Historia Egipcia dice: “De las cosas, algunas son buenas, otras son malas y otras son indiferentes. Lo bueno pues son las virtudes y las cosas que participan de las virtudes; lo malo son los vicios y las cosas que participan de ellos; lo indiferente son las cosas que se encuentran entre las virtudes y los vicios, la riqueza, la salud, la vida o la muerte”.

Es muy interesante este párrafo porque nos dice que, en el mundo antiguo, incluso anterior al mundo griego, todo era circunstancial e indiferente menos las semblanzas del alma de los hombres: irascible o calmo, justo o injusto, valiente o cobarde, ambicioso o prudente…

Las virtudes, en los estoicos y después en el cristianismo, se identificaban con cuatro puntos cardinales humanos a los que había que acercarse para conectar con la divinidad más pura la justicia, la templanza, la sabiduría y el valor o coraje para afrontar las apariencias.

De la importancia de esto se vislumbra la mejor literatura griega que ha dejado su marca en cualquier obra literaria o cinematográfica de envergadura posterior moderna. La Ilíada, La Odisea o Las Vidas Paralelas de Plutarco, la Anábasis de Jenofonte o las Guerras de Peloponeso de Tucídides son ejemplos de los maravillosos retratos psicológicos de los personajes griegos hechos por estos pioneros y que no son solo artificios literarios para ellos si no fieles descripciones de la parte divina de los hombres, su impronta celestial , una marca de identificación mucho más importante y por encima de su poder terrenal o riqueza los cuales eran considerados una consecuencia menos representativa de su naturaleza.

De esto deja especial constancia las descripciones de Rómulo, Licurgo o Numa en Plutarco o los maravillosos episodios de Ulises como naufrago o mendigo en los cuales recupera su grandeza ya sea como consorte debido a su natural gracia como a su habilidad frente a todos los príncipes que osan pretender a su mujer Penélope y el amor de su hijo Telémaco.

La impresión que produce en nosotros esas historias, el colosal talento que encierran, debería hacernos pensar los derroteros de nuestra sociedad y por qué nos hacen alejarnos de algo que nos acerca mucho más a las esencias del ser humano y su conexión con lo divino.

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